Daniel (60) y Carmen (65), camionero jubilado él y modista ella; viajeros

El camino como equipaje

Compraron un motorhome y ya llevan más de mil kilómetros recorridos. Oriundos de Uruguay, llegaron a Villa María y contaron por qué decidieron emprender un recorrido que no saben a dónde los llevará. Otro modo: van en busca de lo que viene

Es la siesta de un sábado y Carmen, una modista de 65 años nacida en Paysandú, Uruguay, habla del momento en el que conoció al hombre que, ahora, está sentado a su izquierda, en un sillón del motorhome en el que viajan, estacionado frente al Polideportivo. Recuerda que estaba tomando mates con una amiga en una plaza de Paysandú cuando lo vio pasar a él, con un amigo, en un auto. Él se llama Daniel y, cuenta Carmen, siguió pasando por esa plaza. Se conocieron un domingo de tarde. Él se bajó, ella se acercó y le dijo: “A vos te conozco”. Veinticinco años antes ya se fichaban en Las Termas del Guaviyú.

Después, todo sucedió rápido: noviaron un año, se casaron, construyeron su casa en Paysandú y llevan 21 años juntos.

Hace 26 días que están de viaje. Salieron el lunes 3 de abril y, como ya conocían el Litoral, decidieron recorrer el centro del país. Ya pasaron por Jesús María, Ascochinga, La Falda, La Cumbre, Capilla del Monte, Cosquín, Carlos Paz -el único lugar donde no los dejaron quedarse-, San Antonio, Cura Brochero, Nono, Mina Clavero -donde vieron el rally-, Panaholma, Villa Las Rosas, Río Tercero, Villa Ascasubi y Oncativo donde -gracias al dato que les compartieron otras parejas viajeras- compraron salamines. “Bajamos las Altas Cumbres y subimos, bajamos y subimos. Hermoso el viaje, espectacular”, dice él,  camionero ya jubilado, 60 años y nacido en Quebracho, un pueblo de tres mil habitantes del Departamento Paysandú, Uruguay. El próximo destino es Cañada de Gómez. “Ya vamos rumbeando para Paysandú”, dice ella, que dejó trabajo pendiente y debe terminar en mayo.

Al principio acampaban. Luego, armaron un carro mochilero y, los fines de semana, empezaron a viajar a San Javier, Departamento de Río Negro, a unos 60 kilómetros. Antes de la pandemia, cuando faltaba poco para que él se jubilara, pensaron en la posibilidad de vender todo y vivir en el motorhome, andando. Vino el virus y Carmen dice que “a todo el mundo le produjo un crack en la vida”. Entonces, por aquellos días, compraron el motorhome: lo desarmaron, lo diseñaron a gusto y, con la muerte de algunos amigos, comprendieron que la vida “se acaba de un día para otro, tengas lo que tengas”. Y ella agrega: “Tenemos casa con todo el confort, con todo para vivir bien. Pero no, hay que salir, mirar, conocer. Si no, la rutina no vale la pena”. “Y disfrutar, porque lo único que te vas a llevar es esto, tengas la más plata del mundo”, dice él.

Todavía no vendieron todo. Sin embargo, el objetivo es despachar todo este año y recorrer Argentina, Brasil, Chile.

“La mejor plata gastada es esta”, afirma él y cuenta que no le gusta volar. Ella se lo había propuesto y él no no no... Coincidieron en viajar por tierra y así ya van unos 1.300 kilómetros que han hecho tranquilos, a no más de 80 km/h. “Hay gente que hace ruta y ruta y ruta y no para en ningún lado. A nosotros nos gusta llegar, estar dos, tres días en el lugar, seguir. Y no en ciudades grandes; en todo lo que es pueblito chiquito entramo”, comenta ella.

El motorhome, dice él, es como un apartamentito. Hay, a un costado del volante, el termo y el mate que solo toman de mañana. Además, dos sillones amplios -que se convierten en una cama de dos plazas- una cocina de cuatro hornallas con horno a gas, heladera, freezer, placares donde guardan los alimentos que necesitan en el camino -y que copiaron de un motorhome americano-, una mesa plegable grande en la que almuerzan y otra más pequeña en la que desayunan y donde toman el té con leche de la merienda-cena cuando hace calor -y café con leche en invierno-, una habitación con cama grande y aire acondicionado -que tienen encendido- y varios roperos, un baño con ducha separada, calefacción, paneles solares, dos tanques con 300 litros de agua cada uno. No tienen, aclara ella, lavarropas: lava a mano en dos latones y cuelga la ropa, durante la noche, en un tendedero, en las ventanas o en los cajones. Y, si hace frío, con la calefacción se seca. Pronto, añaden, instalarán un televisor frente a los sillones.

“Lo único que gastás es combustible y peaje”, dice él, que, además, hace trabajos de herrería. Lleva consigo, por supuesto, algunas herramientas.

Un litro de nafta, en Uruguay, cuesta dos dólares (un dólar cuesta 40 uruguayos). “Es carísimo para ustedes. Y nosotros gasoil, acá, le estamos echando 24, 25 pesos y allá está a casi 60”, remarca.

Carmen habla de las jubilaciones y dice que en Uruguay son malas también. Ella trabaja porque con la de él no alcanza. “No nos da para bancar una casa con todos los gastos fijos. Por eso queremos vender todo: es una cosa o la otra. Es muy poca la gente que gana muy bien”, destaca. Jubilaciones buenas pueden ser de tres mil dólares. Hay, también, de mil, de dos mil. Daniel cobra alrededor de 800 dólares. “Pero porque al trabajo de camionero nunca te lo pagaban como te lo tenían que pagar. Ahí está el problema: si uno gana bien de entrada y aportás por buena plata, te jubilás bien”, subraya.

Los viajeros uruguayos, en el interior del motorhome, ante la cámara de nuestro reportero

Carmen pone otro ejemplo: dice que una amiga, fonoaudióloga, se va a jubilar “con una miseria, pagando un disparate y habiendo estudiado tanto”. Es una profesional que va a cobrar unos 400 dólares. También asegura que se encontraron con otra diferencia en la Argentina. “Todos los días está subiendo todo acá”, resalta.

Antes de despedirse, muestran los distintos espacios del motorhome en el que seguirán hasta que, menciona Carmen, Daniel no pueda manejar más. “Y bueno, ahí nos radicaremos en Uruguay de vuelta”, dice y, con convicción, asegura que vivirán en el Departamento de Rocha, en el límite con Brasil, donde hay “playas soñadas”. Mientras, con un viento que no afloja en la costanera, ellos se van hacia un banco y se sientan bajo la sombra de un árbol a estar tranquilos, a permanecer para después seguir. Y seguir.

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