Un escrito que invita a reflexionar sobre el tiempo de los niños frente a las pantallas

Cuidar la infancia: un desafío amoroso en tiempos de desencuentro

“La crianza y la educación de un hijo debe invitarnos a atender también a sus emociones, detenernos y reparar en la manera en que nos estamos vinculando”, afirman desde el Servicio de Atención Temprana del Instituto Especial del Rosario

El vínculo afectivo es un lazo de amor, de empatía, de cuidado, que une a las personas entre sí, que proporciona bienestar, seguridad, constituyéndose así, en base y motor del desarrollo de los seres humanos.

Este vínculo es sin duda una construcción, que debe mantenerse y retroalimentarse, y que requiere necesariamente de presencias afectivas y físicas, de un conocimiento mutuo y de tiempo.

Los vínculos afectivos, a saber, juegan un papel esencial en la construcción de la identidad y desarrollo emocional de un niño. Se conforman en “modelo” a partir del cual se configuran sus posteriores relaciones, y en “filtro” por el que recibe toda la información básica para su desarrollo cognitivo. De este modo, es posible decir que, desde el desarrollo afectivo, se construye el cognitivo y desde este, el social.

Desde nuestro lugar, como integrantes del Servicio de Atención Temprana del Instituto Especial del Rosario, y en la labor desarrollada como agentes de promoción y prevención de las patologías del desarrollo en la primera infancia, nos detenemos a pensar en este tiempo: “El de la infancia”, su transcurrir, en lo que, como adultos significativos, ofrecemos, en el modo en que acogemos al niño. Al hacerlo pensamos necesariamente en la familia como institución primera y fundante, y dentro de ella los encuentros y desencuentros. Pensamos en la singularidad de cada una, generando desde su perspectiva y posibilidad “el lugar”, un lugar para anidar y enlazar a los hijos.

Debemos detenernos a pensar la realidad que acontece, en el tiempo y en la calidad de lo ofrecido, cuando las urgencias, la inmediatez nos atraviesa, acercados y alejados al mismo tiempo, inmiscuidos y conectados y a la vez desconectados entre sí, rodeados de toda clase de dispositivos digitales, de pantallas y de una enorme expansión tecnológica que sin duda se vuelven omnipresentes en nuestras vidas, y por ende en la vida de nuestros niños, que marcan inexorablemente un antes y un después en los estilos de vida de las personas y las familias.

Claro es que no podemos dejar de reconocer su impacto y su revolución en el mundo, nos es, muy difícil pensar la actualidad sin ella, pero es menester entender que, así como puede ser maravillosa, también puede ser lo suficientemente dañina e invasiva, razón por la que hoy estamos invitados a pensar reflexivamente sobre su influencia y la necesidad de regular su manejo.

Pensar las infancias de hoy, es pensar en nuevas realidades, niños que crecen en la soledad de las pantallas, y que quedan expuestos a largas horas frente a ellas, adultos no demasiados presentes, que facilitan de este modo que la tecnología entre en la vida de los niños, sin filtro, ni control, supliendo presencias constitutivas y significativas de la primera infancia.

Hablamos del “desencuentro de los vínculos amorosos” y de “heridas emocionales”, aquellas cuáles se constituyen al crecer al lado de padres ausentes emocionalmente, que comparten solo espacios, no capaces de dar cariño, reconocimiento, y de sujetar amorosamente a sus hijos, padres que carecen del tiempo suficiente, sobrecargados en sus obligaciones y quehaceres, que quedan sin energía para pasar un “tiempo gozoso” con los mismos. Esto, sumado a la superexposición de las tecnologías,  puede desembocar en problemáticas concretas, que, en algunos casos, afectan el desarrollo de los niños. Es que, quizás, no estemos advirtiendo que las pantallas interrumpen las interacciones con el entorno, los acercamientos y encuentros entre padres e hijos, limitando verdaderas oportunidades de intercambios sociales, el ejercicio del dominio de habilidades interpersonales, motoras y de comunicación. Lo que nos falta es en estos tiempos es generar más espacios para “conocerse entre sí”.

Los vínculos se crean y luego se cultivan, nos encontramos con el otro, compartimos, somos capaces de mirarnos y reflejarnos, circula el deseo y se desea para ese otro, porque estamos vinculados de modo es, que este sistema se mantiene y retroalimenta, y así configuramos el psiquismo de un niño, huella a huella, aportando significados y modelos de conducta desde la experiencia relacional a la interioridad. Frente a este escenario que venimos describiendo, como adultos significativos en la vida de los niños: ¿Tenemos cosas para hacer? ¡Claro que sí!

Convencidos en la importancia de las presencias, valoramos, la familia-hogar, como “el lugar por excelencia” donde se forjan los vínculos primeros fundantes para el desarrollo saludable de un niño. Desde este lugar invitamos a la familia a posicionarse en su rol y función, a reconocerse frente a los hijos como adultos disponibles, descubriendo en lo cotidiano,  oportunidades de encuentros enriquecedores que den lugar a miradas amorosas, escuchas atentas, juegos compartidos, tiempo dedicado para dialogar, pasear y  encontrarnos con el otro.

La crianza y la educación de un hijo debe invitarnos a atender también a sus emociones, detenernos y reparar en la manera en que nos estamos vinculando, en la calidad de nuestras presencias y en el tiempo dispuesto para ellos, siendo capaces de acompañar y guiar a los niños para que puedan transitar infancias plenas y saludables.

Integrantes del Servicio de Atención Temprana del Instituto Especial del Rosario

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