Los múltiples rostros de la capital de Baviera

Pasaporte Nombre: Fabián Clementi - Edad: 45 años - Profesión: profesor de tenis - Lo que más me gustó: la sobriedad en el lujo y la limpieza - Lo que menos me gustó: la frialdad y la distancia de la gente

Escribe Pepo Garay
ESPECIAL PARA EL DIARIO

Como exjugador de tenis tuviste la suerte de recorrer varias ciudades del mundo, ¿cómo fue que llegaste a Múnich?

-Llegué a Múnich por medio de un contrato para jugar interclubes y así representar al equipo de tenis de un club del barrio Grafelfing. No hacía mucho que había conseguido mis primeros puntos de ATP, y gracias a ello pude ser contratado junto a dos tenistas cordobeses que fueron a un club en Ebesberg, un pueblo a unos 30 kilómetros de Múnich. Esa competencia duró unos tres meses y luego viajé al sur de Francia a jugar torneos.

-No son pocos los que aseguran que Baviera, uno de los estados más tradicionales de Alemania, es casi un país aparte en términos culturales. ¿Tuviste esa sensación estando en Múnich, la capital del distrito sureño?  

-La sensación siempre fue la de estar en otro mundo, uno muy distinto al nuestro, con sus cosas a favor y en contra. El lujo y la perfección son notables, pero también la frialdad de la gente y esa especie de vigilancia que ejercen para todo aquel que pise su territorio. Vi las dos caras: una vez iba caminando y una persona que pasó en auto se detuvo a insultarme. Y en otra ocasión otra persona ofreció llevarme.

-La ciudad tiene el tamaño de Córdoba capital, pero seguramente su gente no es tan extrovertida. ¿Cómo es el habitante de Múnich en general?¿Cómo lo describirías según tu experiencia?

-Un poco como lo dije antes, sobre todo la gente mayor. Pero me llevé buenas sorpresas con los jóvenes, sobre todo con los que estaban fuera del ámbito del tenis. Conocí gente de cabeza muy abierta, sin tantos tapujos ni prejuicios como puede haber acá. Pibes con muy buena onda y muy educados. Los vi más auténticos en muchos sentidos, pero siempre con esa sensación de “seguí nuestras reglas y todo va a ir bien”. También descubrí a los que se desvían del camino, y se los notaba destruidos.

-La metrópoli, la tercera más grande de Alemania, es famosa por ser sede del Oktoberfest o Fiesta de la Cerveza, una de las celebraciones más grandes del mundo. ¿Qué se puede ver en la ciudad relacionado con el evento?

-La verdad es que no sé con qué se relacionaría, porque no estuve en la fecha del evento. El Englischer Garten es un parque hermoso en el que se toma cerveza y se come unos sándwiches buenísimos. Es un lugar muy libre y en el que se puede pasar el día como de vacaciones.

-Hablanos entonces de la cerveza local. ¿Pudiste probar bastantes marcas y variedades? ¿Es tan buena como se cuenta?

-La cerveza es increíble, la pude probar en muchas variedades. En algunos lugares te la sirven en jarras de litro. También, cuando tenés mucha sed la podés mezclar con un jugo de limón que se le echa, y queda bárbara. Esa mezcla se llama “radla” o algo parecido. Se la puede acompañar con panes muy sabrosos y bien salados. En un pub irlandés (subterráneo) probé la Guinness negra. Un amigo de uno de mis compañeros de equipo hizo un prode para el Mundial de fútbol que se estaba por jugar en el año 94. Y a uno de los partidos de Argentina lo vi solo, en un pub, tomando cerveza y gritando como loco el gol del Diego a quien allá se lo apodaba el Rey de los Macacos. La cara de los alemanes no se podía creer. Después, cuando le dio el doping positivo, con mis compañeros cordobeses estábamos de viaje rumbo a París. Me acuerdo que lo escuchamos por radio, y nos quedamos callados por unos minutos. Pero al menos no sufrimos las cargadas de los alemanes. Volviendo al tema: la cerveza es muy, pero muy buena, incluso los alemanes afirman que tiene tantos buenos componentes que te hacen bien a la salud.

-Ya metiéndonos en la parte arquitectónica, ¿qué te pareció el casco histórico? ¿Cuáles fueron los edificios o construcciones que te gustaron más?

-La verdad es que era muy joven, mi cabeza estaba en la burbuja del tenis. Lo que me quedó es esa estructura cuadrada de las casas, altas, amarillas, con sus ventanas pequeñas. De hecho, paraba en una casa de familia, en una pequeña habitación del tercer piso, y siempre me ponía a mirar por la ventana. Apenas llegué todavía nevaba, y las calles se llenaban de nieve, los autos tenían que ir despacio, todo parecía en cámara lenta, pero radiante. Por ejemplo, nunca había visto una Ferrari en vivo. Una tarde iba en bici por esas bicisendas increíbles que tiene la ciudad y de repente, en una esquina, me encontré con una concesionaria Ferrari. Recuerdo que a través de la vidriera había una vieja, de colección, y era increíblemente bella. También una amarilla y otra roja, de las clásicas. Me quedé bastante tiempo observando aquellos bichos que parecían dormidos.

-Otro atractivo muy conocido son los parques y jardines. Más allá de los nombres propios, ¿qué reflexión podés hacer de la forma en que los locales mantienen y cuidan esos lugares públicos?

-Todo se mantiene de una manera impecable. Recuerdo que apenas llegué a Múnich, Andreas, que era quien me alojaba en la casa de sus padres y quien integraba el equipo de interclubes, me acompañó a comprar un champú y al ver que tiré la diminuta etiqueta del precio al piso, la alzó y me dijo, en un español lamentable: “No, no, no. Se tira en el cesto”.

-Hablando de espacios naturales, seguramente conociste el río Isar, que atraviesa la ciudad en forma de fuerte torrente. ¿Qué nos podés contar de ese lugar en particular?

-Lo que te puedo decir es que es muy hermoso, le da un contraste muy relajado a la ciudad al igual que los parques. Hay gente haciendo nudismo, es algo bastante normal. Al principio choca, después te acostumbrás, pero no te sacás la malla ni en p... (risas).

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