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Hablando sobre la inflación y el precio que tiene la carne

domingo, 16 de abril de 2023 · 08:30

El viernes último se conoció el índice que mide la inflación general del mes de marzo, que llegó al 7,7%, algo que no ocurría desde hace veintiún años. A partir de semejante dato, todos nos preguntamos ¿cómo puede ser? 

Desde cada rama de las ciencias económicas se trata de dar explicaciones: que el gasto público, que el déficit fiscal, que la emisión monetaria, que la falta de divisas extranjeras, etcétera.

“Los organismos nacionales, más que comentar lo que pasa, deberían abocarse a revisar la cadena de comercialización para ver quién se queda con la parte del León”.

Aunque tenga la propia intuición de las causas, pero como no es mi materia específica, omito pronunciarme sobre ello. Solo es mi intención reflejar que los grandes perjudicados, obviamente, son los consumidores y, en particular, los asalariados y jubilados, que por lejos pierden en la carrera del bienestar e ingresan en la de la pobreza, a la que llegan día tras días muchos compatriotas. También, como se verá, resulta perjudicado quién trabaja en la producción.

Tomemos un ejemplo del precio de la carne, otrora insumo por excelencia, popular argentino. En septiembre del año pasado (2022), un kilogramo de carne, en promedio, costaba $1.000; hoy, transcurridos siete meses, cuesta $2.200 (en el mejor de los casos). O sea que, para el consumidor, el incremento es del 120% en poco más de medio año, cuando los ingresos del pueblo ni por asomo llegan a la mitad.

Ahora bien, ¿qué puede llegar a pensar una persona que, por las mil ocupaciones y preocupaciones por la que pasa, no puede acceder a mayor información? Que los productores ganaderos se están volviendo millonarios a su costa. Bueno, ello no es así ni por asomo. Y paso a dar razones:

 

Aumento de insumos

Tomemos, solo como parámetro, dos o tres insumos del campo ganadero:

1) El maíz, alimento importante de la hacienda, pasó a costar, desde septiembre al presente, por kilogramo, de $34,10 a $53,14, lo que representa un incremento aproximado al 56%.

2) Los repuestos y cubiertas, que han subido un 100%.

3) El gasoil, que valía en Buenos Aires (aquí vale más) $136,20,  ahora cuesta $242,10, o sea que aumentó un 77%.

Como vemos, los costos, en promedio, han tenido una suba de más del 77%.

Con un razonamiento más o menos lógico podríamos de deducir que el productor se habría visto beneficiado, ya que el valor del bien que produce, primariamente, subió un 120%, mientras sus costos 77%.

Lo que nadie explica claramente es que no es así; por el contrario, el productor vive un incremento de sus costos y una disminución en el precio de sus ventas, lo que lo lleva a una pérdida.

Y esto sí es así, ya que en septiembre, el kilogramo de vaca buena viva, que es en general lo que consume la población, costaba $235 el kilogramo (reitero, vaca viva, que es lo que venden las personas dedicadas a la ganadería) y ahora, siete meses después y con el alza de costos que vimos, le pagan $225,00 el kilogramo. Es decir, que no solo no ha aumentado, sino que el precio que recibe ha retrocedido un 5%.

 

¿Cuál es la razón?

Si la comparación fuera con novillo, sucede casi lo mismo.

De todo ello surgiría claramente esta pregunta: si el productor, con mayores costos, soporta un precio menor del de septiembre en un 5%, con mayores costos que achica su margen, y la carne al mostrador subió el 120%, ¿quién se queda con esa ganancia?, ¿cuál es la razón para semejante incremento?, ¿cómo puede ser que haya personas que hace meses y meses no comen carne?

Los organismos nacionales, más que comentar lo que pasa, deberían abocarse a revisar la cadena de comercialización para ver quién se queda con la parte del León. O, mejor dicho,  quién o quiénes privan al pueblo de tan importante alimento, incluso desalentando, con lo que implica para el país, su producción.  

*Concejal de la ciudad por el Partido Justicialista

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