Día del Canillita - Lleva 60 años en el oficio

Comenzó por amor a su abuelo

Miguel Ardovino es canillita desde los nueve años, cuando empezó a vender diarios para ayudar en su casa. “Mientras Dios me dé vida, voy a seguir trabajando”, aseguró

Miguel Ardovino es canillita hace 60 años y es uno de los referentes históricos de este oficio en nuestra ciudad.

Con su bicicleta durante muchos años y hace algunos pocos en su moto, Ardovino recorre decenas de kilómetros todos los días repartiendo diarios a todos sus clientes, a los que él considera parte de su familia.

“Empecé cuando tenía 9 años porque vendía  mi tío. La verdad es que en mi casa faltaban medios y yo era un niño, pero sentí la responsabilidad de aportar. Mi abuelo estaba enfermo y yo lo quería mucho, entonces lo quería ayudar”, contó el canillita en una charla con El Diario.

“Yo lo quería muy mucho y éramos muy unidos. Se llamaba Bernardo. Era un gringo tímido y yo era un niño, pero nos entendíamos mucho. Cuando se enfermó yo sentí que tenía que hacer algo. Todo eso me llevó a ser canilla”, expresó, al tiempo que se le llenaban los ojos de lágrimas con el recuerdo de su abuelo.

“Ahí me fui a la agencia de don Américo Pascucci, en la calle Buenos Aires. Así empecé y tenía cada vez más gente, capaz porque era un niño y me veían chiquito”, relató sobre sus inicios en la ocupación.

Ardovino recuerda frescamente cuando iba a vender el diario al Palace Hotel (hoy la Municipalidad de Villa María) y cómo más de una vez lo miraban con “desprecio”: “Eramos niños e íbamos a ganarnos la vida, pero sufríamos porque era muy aristocrático y había que ir con ropa linda o no nos dejaban entrar. Yo me llevaba la mejor ropa que tenía guardada y me cambiaba para ir ahí. Les tenía miedo a los guardias porque nos miraban despectivamente, de arriba a abajo, y eso era cruel, me hacía daño. Mis compañeros lloraban en esa situación, pero yo entraba igual, con todo respeto, e íbamos a medias en lo que se vendía”.

“Yo vendía el diario Córdoba a la noche. A veces llegaba 19.15 o 19.30. Américo me empezó a emplear ahí y después me pidió que fuera por la mañana porque había que buscar La Razón. Antes había que ir a buscarlos a la estación de trenes con una carreta y ahí iba yo. La carreta era larga como una mesa, de madera, muy pesada”, recuerda Miguel.

No hubo una época en su vida en la que no haya sido canillita. Solo durante un tiempo combinó el reparto de diarios con unas horas en una carpintería: “Aprendí a hacer cajones. Hacía las dos cosas porque en mi casa hacía falta la plata. Yo me había hecho una fijación conque tenía que llevar dinero a mi hogar para mi abuela y mi abuelo”.

 

Generaciones y generaciones

Al tener 60 años de canillita, Miguel a sus clientes no los siente como tales, sino que son parte de su familia: “Han pasado generaciones y generaciones. Mucha gente que me compraba y después tuvo hijos, nietos y bisnietos y todavía sigo yendo. Algunos se fueron mudando y me piden que amplíe mi recorrido porque quieren que siga yendo yo”.

“Algunos son muy amorosos conmigo. Me dicen que estoy loco cuando me ven mojado un día de lluvia. Ahora ando en moto, pero muchos años anduve en bicicleta. Aunque primero no tenía ni bici, iba caminando”, expresó.

“Uno es como un psicólogo, un cura, un médico, me preguntan todo a mí. Hay algunos que me preguntan dónde queda un lugar, otros me cuentan sus problemas familiares. Yo los quiero mucho, porque conmigo son muy buenos y me tienen confianza”.  

Tanta es la confianza que generó todos estos años, que los domingos reparte más de 400 diarios: “Por eso siempre pido que llueva cualquier día menos el domingo”, contó riendo.

Todos los días se despierta a las cuatro de la mañana, busca los diarios y empieza el reparto: “A veces termino a las cuatro o cinco de la tarde. Son muchas horas, pero me repongo rápido porque son gente buena, que está, que me llaman y me invitan a tomar un café. Soy vergonzoso y no me quedo, pero me gustan esos gestos”.

Miguel señaló que lo más lindo que le dejó el oficio es la gente que conoció todos estos años: “Me cuidan, si me ven desabrigado me quieren dar ropa. La fuerza que me dan esas actitudes son como un bálsamo. Algunos me cargan y me preguntan qué tomo para no enfermarme nunca y seguir trabajando, pero gracias a Dios lo que me ayuda es el amor de la gente”.

Consultado sobre cómo le gusta festejar su día, Ardovino manifestó que antes le gustaba juntarse en el Parque Hipólito Yrigoyen de Villa Nueva a comer asado, tocar la guitarra y jugar al fútbol o a las bochas: “Buscábamos los tablones y hacíamos a capela. Así hacíamos el evento con un montón de gente. Con mi amigo Villa armábamos todo, juntábamos leña, servíamos la comida. Eramos así. Ahora nos juntamos menos, pero me gustaría que eso resurja. Somos seres humanos que estamos de paso y nos tenemos que cuidar entre todos”.

Para finalizar, aseguró que no piensa jubilarse y reiteró que adora tanto a sus clientes que no quiere extrañarlos: “Mientras Dios me dé vida, voy a seguir trabajando de canillita”.

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