Día del Médico - Graciela Ortega - Infectóloga

Un estilo de vida

Hace 38 años que ejerce como profesional, dirige la Mesa de Epidemiología del COE Regional y desea que este día se luche por los derechos de los profesionales de la salud

A Graciela Ortega no le importó perderse el viaje de egresados ni la fiesta de promoción. Ella quería sacarse de encima las 15 materias del último año del secundario porque no le interesaba la orientación comercial del colegio. Lo hizo: rindió como alumna libre. Estaba apurada. Por aquellos años era voluntaria: le leía a ciegos, por ejemplo. Quería ayudar a la gente y pensó que con la medicina podría. Se preparó y rindió para ingresar a la Universidad Nacional de Córdoba: formó parte de la primera camada que debió dar un examen. Aprobó. Comenzó la carrera y llegó a tener uno de los mejores promedios. Se recibió a los 22 años.

Hija de una ama de casa y de un chofer de ómnibus, hermana de otras dos mujeres y madre de tres hijos, nació en Córdoba capital en 1960 y se crió en la zona del Parque Las Heras, frente al río Suquía. Los años posteriores parecen haber sido los de una mujer que se anticipaba: que se hacía preguntas, las respondía y tomaba decisiones. Cuando terminó la facultad rindió la residencia médica en siete lugares porque tenía miedo de no lograr acceder pero también porque quería lo mejor.

“Te marca para toda la vida”, dice una mañana de noviembre.

Si bien había aprobado en Córdoba, decidió ir a Buenos Aires (donde también había postulado) y se formó en el Sanatorio Güemes. Hizo tres años de Medicina Clínica y dos de Infectología.

“Era una época de elite, digamos, mil camas. Era un lugar muy buscado... Estaba el doctor Daniel Stamboulian, por ejemplo, conocido por extender el modelo de Infectología que conoció en los Estados Unidos, donde se había especializado”, recuerda.

 

Aquellos días eran largos. Graciela Ortega dormía una, dos, tres horas. Sin embargo, dice, estaban con su marido en la cresta de la ola. Pero no les gustaba. Querían formar familia y Buenos Aires no era territorio fértil: veían muchas separaciones y que algunas mujeres, incluso, ocultaban los embarazos para evitar que los jefes se enojaran.

Su esposo es oriundo de Villa María y, por ese entonces, le apareció una propuesta en la ciudad. A ella también: corría el año 1988, la fiebre hemorrágica y la designaron con un cargo en planta permanente en el Hospital Pasteur.

Aceptaron.

 

“Ser médico es un estilo de vida”, dice otra mañana, de diciembre, en el Salón Bomarraca, ubicado en el centro de la ciudad, donde dirige la mesa de Epidemiología del Centro de Operaciones de Emergencias (COE).

 

Hoy es el Día del Médico: se homenajea al médico y científico cubano Carlos Juan Finlay Barrés que descubrió que la fiebre amarilla era transmitida por el mosquito Aedes aegypti.

 

Graciela Ortega es médica todo el tiempo. Quiere decir: donde sea que esté y ocurra lo que ocurra no se le ocurre esconderse. Pero también hace -intenta hacer- otras cosas: “A mí me gusta tener vida. Si uno tiene otras cosas también es más humano y tiene mejor trato con la gente”.

Hace gimnasia, teje al crochet, mira películas, juega a la canasta...

 

Hoy es el Día del Médico pero no habrá festejos. “Lamentablemente, este año va a haber lucha por los derechos de los médicos. Lo que se cobra no está en proporción con los riesgos, con la actividad que se hace, con la vida que se expone”, afirma.

 

Cuando ella comenzó a dirigir la mesa de Epidemiología no era directora: al menos no solamente. “Hacía todo. Todos hacíamos todo”, dice.

Al principio trabajaban en el Centro Cultural Comunitario Leonardo Favio. Eran entre ocho y diez personas. Llamaban a los pacientes positivos, se encargaban de aislarlos, buscaban a los contactos estrechos, los ayudaban a organizarse, les explicaban qué hacer, cómo hacerlo.

Después, con el incremento de casos, se trasladaron al Salón Bomarraca donde llegaron a trabajar hasta ochenta personas, muchas de ellas voluntarias. Dispusieron mesas de a cuatro: dos llamaban a los positivos y sus contactos; los restantes cargaban la información de los pacientes en plataformas de seguimiento. Todavía, aunque son menos, lo hacen.

 

Hubo gente muy asustada. Algunos no querían creer, no podían creer. A otros no les importó y salieron de compras o a trabajar. Y ella les pidió que se aíslen para limitar los contagios. “Pero, a veces, claro, la gente ve también que no se cumplen las reglas por otras personas y entonces le parece que les da derecho. Si no nos cuidamos vamos a tener un brote de nuevo”, considera.

 

Ella, que también trabaja en la Asistencia Pública, atiende en consultorio privado en la Clínica San Martín y, entre otras cosas, está a cargo de un vacunatorio, habla de la situación soñada y dice que ojalá sigamos como estamos, con pocos casos, hasta que se vacune el 70% u 80% de la población y que más adelante se pueda decir qué duro que fue pero ya pasó.

 

Graciela Ortega hace 38 años  que es médica...

“Es algo más que un trabajo. Y se va la vida, ¿no?”.

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